sábado, 8 de octubre de 2011

El misterioso papel de la actividad intelectual contra el alzhéimer

El misterioso papel de la actividad intelectual contra el alzhéimer.

Por: Esther Samper

Con motivo del Día Mundial del Alzhéimer, a lo largo de este mes se ha dado una extensa cobertura mediática a esta devastadora enfermedad asociada al envejecimiento. Estos son los artículos que más les recomiendo para empaparse un poco sobre lo más reciente en el terreno del alzhéimer:

Cerebro

El panorama no invita precisamente al optimismo: Con el envejecimiento progresivo de la población, millones de personas padecerán esta enfermedad en España en las próximas décadas. Conocemos mejor que nunca los mecanismos que hay detrás del alzhéimer, pero seguimos sin saber cuál es la causa original ni cómo detectarla de forma temprana. A todo lo anterior se une la limitada eficacia de los tratamientos en la actualidad, que sólo consiguen retrasar los síntomas en las fases más iniciales de la enfermedad.

Por todo ello, se están realizando grandes estudios, no sólo para descubrir nuevos y más efectivos fármacos contra el alzhéimer, sino también para detectar la enfermedad en sus estadíos más iniciales y así comenzar un tratamiento temprano que realmente surta efecto. El tiempo es oro en la detección de la enfermedad de Alzheimer.

Mientras los esfuerzos investigadores se concentran en los enfoques anteriores, es difícil no hacerse la oportuna pregunta entre los ciudadanos de a pie: "¿Y qué podemos hacer nosotros antes de que el alzhéimer aceche?" Ante la patente limitación de la medicina actual frente a esta enfermedad, todas aquellas medidas efectivas que puedan hacerse diariamente en el terreno de la prevención resultan esenciales.

Hoy en día sabemos, por estudios epidemiológicos (1, 2 y 3, entre muchos), que aquellas personas que han tenido una vida intelectualmente activa poseen un riesgo significativamente menor de padecer alzhéimer o más probabilidades de retrasar la aparición de esta enfermedad. Da igual si es realizando pasatiempos o puzzles, jugando al ajedrez, tocando un instrumento, estudiando o leyendo. Lo importante es mantener el cerebro ocupado diariamente en ejercicios mentales que pueden ser de lo más diverso.

En artículos muy emblemáticos como uno publicado en 2003 en el New England Journal of Medicine se puso de manifiesto este hecho de forma extraordinaria: En general, los ancianos que practicaban actividades lúdicas con ejercicios mentales poseían un riesgo sensiblemente menor de desarrollar alzhéimer. Por ejemplo: Aquellas personas que jugaban a juegos de mesa como el ajedrez tenían un 75% menos de riesgo de padecer alzhéimer u otras demencias, mientras que aquellas que tocaban un instrumento poseían un 64% menos de riesgo. Resultados similares se han comprobado también en estudios controlados en animales: Aquellos que poseían una estimulación mental constante desarrollaban menos la enfermedad.

Pese a que el papel protector de la actividad intelectual frente al alzhéimer va aclarándose cada vez más con cada nuevo estudio que aparece, resulta desconcertante que, hoy día, no sepamos a qué se debe esta protección.

La principal hipótesis consiste en la reserva cognitiva. Este planteamiento sugiere que los ejercicios mentales favorecen la formación de nuevas conexiones (sinapsis) entre las neuronas reforzando su función en áreas cerebrales como el hipocampo (interviene de forma muy importante en la memoria y el aprendizaje) que se ven muy afectadas por el alzhéimer. Cuando esta enfermedad comienza a desarrollarse, aquellas neuronas que siguen sanas y con conexiones extra compensan la pérdida de las otras neuronas que se van perdiendo como consecuencia de la enfermedad. Además, también podría ocurrir que aquellas neuronas con conexiones adicionales podrían ser también más resistentes.

De esta manera. podría decirse que se tiene una "reserva neuronal" o reserva cognitiva adicional gracias a la actividad intelectual frecuente. Esto implicaría que, en realidad, existe el mismo riesgo de padecer la enfermedad (el daño neuronal), sólo que al ser más resistente hacia ella, los síntomas no se mostrarían (no habría lagunas de memoria, por ejemplo) o se mostrarían mucho más tarde cuando ya estuviese mucho más avanzada y el daño neuronal fuera incompensable.

En 2005, se publicó en la revista Neurology el sorprendente y extraño caso de un ajedrecista que poseía los síntomas iniciales del alzhéimer. Esta persona, con habilidades cognitivas superiores debido a su condición, se presentó al hospital porque durante dos años tenía síntomas de posible pérdida de memoria. Cuando se le realizó una resonancia magnética nuclear el cerebro estaba dentro de los límites considerados normales y las puntuaciones en los tests cognitivos también apuntaban en la misma dirección. Dos años más tarde, su función cognitiva fue empeorando hasta que padeció lo que hoy llamamos deterioro cognitivo leve, una posible fase previa al alzhéimer y otras demencias. Lo increíble del caso fue que, cuando el ajedrecista murió 7 meses después por una enfermedad que no tenía nada que ver con lo anterior y se realizó la autopsia del cerebro, se descubrió que, en realidad, ¡éste padecía una fase avanzada de la enfermedad de Alzheimer!

La clave estaba en que el ajedrecista poseía una elevada reserva cognitiva que hizo que no se manifestara clínicamente el alzhéimer hasta mucho más tarde y, cuando ya se evidenciaba a través de un deterioro cognitivo leve, en realidad su cerebro ya estaba padeciendo las fases avanzadas de la enfermedad.

La hipótesis de la reserva cognitiva como mecanismo por el cual la actividad intelectual ofrece resistencia frente al alzhéimer no es la única. Otros investigadores plantean la posibilidad de que también podría ocurrir que esta misma actividad intelectual ofreciera un "terreno cerebral protector" que evitase la aparición de la enfermedad mediante distintos mecanismos. Una posible explicación sería a través de los niveles de plasmina en neuronas.

Se sabe, por experimentos en ratones, que el aprendizaje eleva los niveles de esta proteína a largo plazo y también que en el alzhéimer los niveles de plasmina se encuentran anormalmente bajos. Quizás, unos elevados niveles de plasmina debido a la actividad intelectual frenaran este descenso en la enfermedad y evitase su aparición. No podemos estar seguros, pues hoy en día no sabemos si la plasmina es causa o consecuencia de la enfermedad o, en realidad, su relación con el alzhéimer es meramente casual.

Sea cual sea la razón, lo cierto es que cada vez más estudios apoyan la hipótesis del papel protector de la actividad intelectual frente al alzhéimer. Su gran papel en el enriquecimiento personal y su carencia de efectos adversos ya de por sí son razones imprescindibles para practicarla pero si además con ello existe la posibilidad de disminuir, hasta cierto punto, las embestidas de la enfermedad es miel sobre hojuelas, no hay excusa posible para vaguear mentalmente.

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